Al final de un día escondido tras la niebla en un pueblo de montaña, esta palabra apareció a través de una pareja anciana que regentaba una modesta tienda de alimentación. Mientras la bolsa se iba llenando de verduras intercambiábamos algunas sonrisas y miradas tímidas y curiosas. Después de más de media hora comunicándonos con gestos, algún dibujo y con la voluntad auténtica de entendernos mutuamente; Hitoshi comenzó a repetir una y otra vez “kokoro, kokoro” mientras se señalaba el pecho con la mano. Él ya había añadido a la bolsa de la compra varios regalos y a cambio sólo había tomado las monedas de menor valor que cayeron de mi monedero. Lo que vi en él eran unas tremendas ganas de ayudar, de dar por el placer mismo de ver a la otra persona recibiéndolo con agrado. Dejé que así fuera y respondí agradecida mientras me inclinaba con afecto hacia ellos. La conexión que se había generado entre nosotros me tocó mucho y salí conmovida al sentir el poder sanador y revitalizante que tenía el sentirme apoyada y cuidada de un modo que me pareció tan amoroso y verdadero.
Decidí buscar el significado de esta palabra y me sorprendí al encontrar que, más allá de lo que yo entendí en aquel momento, kokoro no es sólo “corazón”, sino que engloba algo mucho más amplio que en castellano no tiene una traducción exacta. Se podría decir que kokoro es el término que unifica “corazón”, “cuerpo”, “espíritu” y “alma”. Hasta podría definirse como “sentimientos”, “sensibilidad”, “interior”, “intención” y “voluntad”.
Todo esto es kokoro.